Los Tudor
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 Le volvió loca el sonido de las gotas del rocío. {George Bolena}

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2 participantes
AutorMensaje
Ana Bolena
Damas de la Reina
Ana Bolena


Mensajes : 228
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MensajeTema: Le volvió loca el sonido de las gotas del rocío. {George Bolena}   Le volvió loca el sonido de las gotas del rocío. {George Bolena} EmptyDom Ago 08, 2010 10:20 pm

Noche. La misma noche de todos los días. La luna clareaba entre las negruzcas nubes halladas en el cielo y el ligero aire que se podía percibir en el ambiente revoloteaba cual pequeño pájaro por los alrededores de los jardines de la casa de los Bolena. Todo se encontraba sumido en la más completa paz y tranquilidad. Por lo menos hasta que la revolución de palabras fueras de lugar y sonidos salidos de tono terminó por romper aquella calma.
Tomás Bolena, ¿cómo no?, volvía a la carga. Y Ana Bolena, constantemente atacada por los comentarios de su incansable padre, contraatacaba de la mejor manera que podía. No presentaba pudor a callarse, y mucho menos lo hacía por el simple hecho de que ella tenía un fuerte orgullo que la mantenía intacta. Sabía perfectamente que en cuanto éste cayese, ella también caería en picado. Su orgullo era su arma y, por lo tanto, debía ser delicadamente cuidado.
Gritos y un nuevo escándalo volvió a formarse en el interior de la casa Bolena. Si no fuese porque se trataba de una familia civilizada y totalmente "formal", se podría decir que allí dentro lloverían todo tipo de objetos con el fin de arremeter contra cualquier miembro.
Más todo aquel bullido terminó cesando en cuanto la puerta de entrada se abrió de par en par dejando ver a una enfurecida Ana Bolena por ella. Sus ojos, encendidos en cólera, parecían querer estallar en lágrimas por la sobrecarga de ira; mientras que sus movimientos, que solían ser gráciles y coquetos, parecían salidos de una estampida. Oh, sí. Ana no se encontraba para que alguien le hiciese entrar en razón. Todos se habían puesto en contra de ella en aquella familia. Su padre el primero. Su hermano guardándose las palabras y su hermana... su hermana simplemente no opinaba respecto a aquel tema. Todo era un descontrol en aquella familia. Y, por supuesto, en su vida.

No tardó demasiado la joven Ana en sentarse en uno de los bancos que en los jardines de la casa se encontraba. Ambas manos se aferraron a su alrededor y su mirada se detuvo en la hierba crecida del suelo. Ésta, presentaba ligeras gotas de rocío que brillaban ante la luz de la luna. Había llovido apenas minutos antes y era por ello que las gotas seguían allí posadas. Firmemente agarradas a las finas hojas de hierba y esperando a que el sol fuese quien las evaporase por completo. Ana, también quería eso. Evaporarse. Ser olvidada por todas y cada una de las personas que la conocían. Incluido el Rey, de quien poco a poco iba cayendo enamorada.
Todo, absolutamente todo estaba cambiando para ella. Donde en un principio su objetivo era el meramente encandilar al monarca, ahora se convertía en una batalla constante por conseguir el trono. ¿Luego qué sería?, ¿qué le esperaba después de tanto trabajo realizado?, se temía lo peor.

Un suspiro escapó de entre sus labios y, finalmente, sus manos se agarraron a su propio pelo, tirando suavemente de él. Estaba cansada, ahogándose en una locura que ella misma estaba creando. Por un lado quería huir, pero por el otro, deseaba aferrarse a la idea de que ser Reina le iba a dar una mejor vida. Aunque detestaba también saber que esa misma vida que iba a llevar, afectaría directamente a la vida de su padre. Un padre que creía honorable y que poco a poco iba decayendo en picado. Un padre ambicioso, al igual que toda su familia.
Finalmente, su mirada pasó de aquellas pequeñas gotas de rocío hacia el cielo. De nuevo posando sus ojos en aquella hermosa luna que no dejaba de resplandecer en el cielo. Aquella luna libre, al contrario que ella.
Sin más, una pequeña sonrisa se acomodó en los labios de la joven Bolena. Una risa cargada de burla y diversión. ¿Acaso creía la luna que podía retarla?, pues entonces estaba muy equivocada.
La chica negó de nuevo con la cabeza y, finalmente, volvió a colocarse de pie. Con brusquedad. Necesitaba mover un poco el cuerpo para despejar. Sí, exacto. Necesitaba meditar con tranquilidad. Sin estresarse. Ser como era ella no era, para nada, fácil.
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George Bolena
Conde
George Bolena


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MensajeTema: Re: Le volvió loca el sonido de las gotas del rocío. {George Bolena}   Le volvió loca el sonido de las gotas del rocío. {George Bolena} EmptyDom Ago 08, 2010 11:10 pm

La noche se cernió sobre nosotros sin previo aviso. Los acontecimientos seguían su curso, somo siempre había sido, llegaba el fin de un día y la oscuridad cubría con su manto todo a su paso, dejándonos a todos sumidos en las sombras. Pero si había algo que estaba aprendiendo, quisiera o no, era que muchos ya estábamos sumidos en las sombras antes de la llegada de la noche. La quietud en las estancias de nuestra residencia era algo muy apreciado, como todo bien escaso. Pero también era sabido que algo muy apreciado también por nuestra familia, era el orgullo, el ferviente orgullo que nos llevaba a urdir mil y un planes solo por estar en lo alto de la pirámide, porque todos saben que nadie se acuerda de los que han quedado abajo, aplastados por el resto. Así lo que antes había sido una apacible quietud, una calma agradable, pronto se convirtió en el habitual griterío y alboroto que tan bien nos conocíamos.

Ana y mi padre habían vuelto a enzarzarse en una de sus fanáticas discusiones, él siempre quería tener la razón y ella no soportaba que los demás tuviesen la razón. Esta noche preferí guardar silencio y ser diplomático, no quería meter baza por el simple echo de que eso pondría en peligro mi relación con uno de ellos dos y no estaba como para ponerme a perder a mi familia. Sabía que tanto mi silencio, no muy común en estos casos ya que solía intentar apaciguarles, como el de Maria, quien siempre guardaba silencio en estos temas, solo harían que encolerizar mas a Ana, quien se sentiría sola en su bando de la discusión. Algo que era tremendamente malo para todos, al menos durante unos días, pero que aceleraría su enfado y la llevaría a abandonar la estancia antes de lo previsto. Era horrible jugar así con ella, pero lo hacía por su bien, cuanto antes zanjasen la pelea por esta noche, de menos tendrían que arrepentirse mañana.

La pequeña furia que era ahora mismo mi hermana salió por las puertas cual huracán, dispuesta a arrasar todo a su paso, incluido cualquier ser humano que osase interponerse en su camino. En cuanto Ana abandonó la estancia, tanto mi padre como Maria se me quedaron mirando con aquella expresión que dejaba bien claro a quien le tocaba salir a fuera en misión de apaciguar a la bestia. No estaba muy seguro de como iba a hacer tal cosa, pero lo que si sabía es que no iba a quedarme dentro soportando los murmuros del patriarca de la familia, así que salí detrás de Ana antes de empezar a oír su espléndido repertorio.

La fresca brisa nocturna me azotó el rostro en cuanto salí a los jardines, algo que me agradaba de sobremanera. Aspiré el dulce aroma que había dejado la lluvia, no haría mucho que habría dejado de llover, una suerte para mi descontrolada hermana. Examiné rápidamente todo lo que estaba dentro de mi campo de visión en pos de encontrarla y finalmente mis ojos se toparon con su figura. Caminé pausadamente hacia ella mientras frotaba mis manos y me uní con tremendo disimulo a su paseo de sosiego.
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Ana Bolena
Damas de la Reina
Ana Bolena


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MensajeTema: Re: Le volvió loca el sonido de las gotas del rocío. {George Bolena}   Le volvió loca el sonido de las gotas del rocío. {George Bolena} EmptyLun Ago 09, 2010 12:34 am

Mano en su barriga. Infinitos pensamientos surcaban ahora la cabeza de Lady Ana Bolena. Su mente, colapsada por su propio por venir, parecía inundarse de ideas desquiciadas que conseguían alterar el ánimo de la mujer. Una pequeña sonrisa. Una mueca de disgusto. Otra pequeña sonrisa. Otra mueca de disgusto. Y así, como un mismísimo caos, el hermoso rostro de la joven dama se veía constantemente en un rumbo cambiante. ¿Reír o llorar?, no lo tenía demasiado claro.
El ligero fresco de la noche volvió a interrumpir en el jardín. Esta vez, el aire que traía consigo había logrado mecer los altos árboles que allí se hospedaban. Además, los frondosos helechos que en el suelo se aferraban, también se doblaban y desdoblaban en un continuo balanceo de pequeños ramajes y hojas. La naturaleza, como en muchas ocasiones, se encontraba en armonía aquella noche.
El silencio era exquisito. Nada. Absolutamente nada podía lograr interrumpir lo que en aquellos momentos el ambiente estaba consiguiendo hacer sentir a Ana. Por una vez, en todo lo que llevaba de noche, podía decirse que la tranquilidad se estaba encargando de ella.
Su pelo se revolvía ante el mismo viento mencionado antes y su mirada se veía reflejada en el propio horizonte aunque ésta fuese incapaz de verse. Las vistas, desde allí, eran prácticamente perfectas. Sencillas. Ensombrecidas. Sumidas en la propia oscuridad. Una oscuridad que Ana Bolena agradecía pues prefería aquella ceguera en tales momentos. Mirar sin ver. Sí. A veces aquello ayudaba a no pensar. Y eso era lo que la chica necesitaba en aquellos momentos. No establecer ningún vínculo con sus propios pensamientos.

La rabia que hacía unos instantes había invadido su cuerpo, comenzaba a sosegar. La impotencia y la ira que hasta entonces había conseguido guardar en su interior, empezaba a amainar y, por lo tanto, restablecer la propia persona que era Ana Bolena. El león se había apaciguado. Ya no había peligro. Al menos por ahora.

Pisadas en la hierba, detrás suya, fueron los que consiguieron que la joven perteneciente a tal avariciosa familia soltase un pequeño suspiro. ¿Su padre?, jamás. ¿María?, no, a ella no la esperaba. ¿George...?, claro. Claramente que era su hermano mayor. Él. Aquel que siempre se encontraba a su lado por muy dura que fuese la situación. Aquella persona que le había protegido desde un inicio y a la cual presentaba un caluroso cariño. Un cariño especial. Su hermano favorito, sin lugar a dudas. Y también su mejor amigo y aliado. El hombre ideal, podía decirse.

La chica se giró finalmente y en cuanto su mirada se topó con la de su hermano, ésta fue apartada hacia uno de los lados de los jardines. Posándose en un punto fijo durante un par de segundos. Deseaba echarle en cara la poca intervención que había hecho ante la disputa que había mantenido con su padre, pero tampoco le convenía enzarzarse en una pelea con él. Los medios violentos solo generaban más violencia. Por lo que no tenía demasiado sentido el arriesgarse a mantener otro enfrentamiento. Además, a aquellas horas, estaba demasiado cansada.
Fue por ello que, sin demasiada espera, la mujer volvió a posar sus dos luceros en los de su hermano y como signo del amor que sentía hacia él, una pequeña -aunque un poco forzada- sonrisa, apareció en su rostro. Mostrándole con ella, la gratitud que se merecía.

- Continuamente detrás mía, hermano... -contestó la mujer en un tono suavemente divertido. Sencillamente burlándose como si aquel fuese el trabajo constante de George. El cuidarla y mimarla más de la cuenta.
- ¿O quizás nuestro padre es quién os ha obligado a ir en mi búsqueda? -preguntó seguidamente, torciendo un poco el gesto para dejar ver rápidamente una mueca cargada de seriedad. Sabía como era Tomás de insistente y sabía como era George de ingenuo. Aquella mezcla, podía ser explosiva.
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