No quería ir a Portugal y mucho menos casarme con un hombre mayor como era el rey de Portugal, y en un principio me había negado, pero al considerar la promesa de mi hermano, el rey de Inglaterra, de que cuando mi futuro marido muriera me podría casar con quien quisiera había decidido aceptar el matrimonio. No podía ser tan malo, ¿no? Tendría mucho más poder que el que una princesa hermana de un rey podría tener, luego solo tendría que rezar para que el rey de Portugal dejara de respirar, le diera un ataque al corazón o incluso cayera enfermo y podría volver nuevamente a Inglaterra.
Me sorprendió al principio un poco que el que tubiera que acompañarme fuese justamente el duque de Suffolk pero tampoco era una idea que me desagradara, todo lo contrario. El día de mi partida, bien temprano, fuí a despedirme de mi hermano menor el cual ya me esperaba en el salón del trono. Me deseó un buen viaje y buena suerte con mi futuro esposo. Yo no lo pude evitar y me acerqué a él y le abracé.
- Recuerda tu promesa; en cuanto el rey de Portugal muera me podré casar con quien yo quiera. -Le dije en un murmullo, cerca de su oreja. Él frunció el ceño y me apartó de golpe, yo simplemente aparté la mirada y me marché junto con mis doncellas. Conocía a mi hermano y sabía que su promesa sería dificil de cumplir, la cumpliría si, pero no me extrañaría que me eligiera él otra vez el esposo y eso no lo iba a permitir.
El barco zarpó media hora después del encuentro con el Rey de Inglaterra y yo permanecí casi todo el trayecto en mi habitación con mis doncellas. Eran tres largos días de viaje... Tres largos días que me gustaría que fueran no solo largos, sino eternos. No quería casarme, ¿el por qué? Por que ¿quien querría casarse con un viejo como lo era el Rey de Portugal? A lo mejor alguna golfa que solo mirara por el poder, pero yo nunca me rebajaría a ese nivel para conseguir lo que quiero. Ademas, había otro "por qué" de no querer casarme, no solo con el Rey de Portugal sino con ningún otro hombre en la faz de la tierra... Y ese porqué se encontraba al lado de mis aposentos, jugando a cartas junto con los otros hombres de la tripulación. Sabía que me amaba, lo tenía más que claro, lo único que me paraba, o más bien me hacía pensar, era sobre lo que yo sentía. ¿Le amaba tambien? Aún no lo tenía muy claro, lo que si era más claro que el agua era la irremediable atracción que sentía por él.
Aquella noche, tras la partida de cartas, mandé llamar a Charles. Cuando llegó pedí a mis doncellas que se marcharan para así que nos dejaran a solas. Hablamos un poco, luego todo comenzó con un suave y lento beso, y la noche acabó llena de pasión sobre mi cama. Era como una especie de despedida, un hasta luego, por que al día siguiente me convertiría en la esposa del rey de Portugal, que esperaba que ese título no durara mucho.
Tras pisar tierras Portuguesas fuímos directamente a Palacio donde el Rey me esperaba. No sabría decir con exactitud como me sentí al ver a mi viejo futuro marido... Solo que de repente sentí mis ojos arder de lágrimas que exigían libertad, una fuerte presión en el pecho y unas ganas de echar a correr inmensas.
Mi vida comenzó a ser un caos con el "Si quiero" y recé hora tras hora por que el dios de la muerte se llevara a mi marido lo antes posible.